Monday, February 4, 2008

El límite del La Salle

Por Abel Posse

Para LA NACION





Era en marzo, en una de esas mañanas radiantes y frescas de Buenos Aires.

Mi madre me llevó al La Salle, donde habíamos conseguido vacante.

Tomamos el colectivo 132, que entonces subía por Córdoba hacia el centro y bajamos en la calle Riobamba, cuyo nombre todavía resuena en mí como algo feliz y tropical, ligado a aquella mañana.

Recuerdo mi deslumbramiento ante el edificio descomunal de Obras Sanitarias, con su estilo morisco y como pintado con miel. Nunca había visto algo semejante.

Por Riobamba alcanzamos la masa sólida y adusta del La Salle.

Nos hicieron pasar para la audiencia que se estilaba, con el hermano Próspero, el inolvidable prefecto.

Habló con mi madre y me hizo preguntas que respondí con precisión monosilábica, seguro de que mi compostura sobreactuada nunca lo engañaría. Luego nos acompañó hasta la puerta de su despacho, que se abría hacia el patio deshabitado y silencioso donde hoy, según el proyecto "salvador", se piensa construir el hotel de cinco estrellas.

Vi por primera vez los bebederos adosados a las columnas de los grandes arcos y la escalera que conducía a las aulas. El patio de los partidazos durante el recreo grande y donde los domingos, de uniforme y después de misa, nos repartían pancitos calientes y la reconfortante barra de chocolate. Largos inviernos creativos.

El ómnibus del colegio rodando sobre la llovizna de Callao.

Octubre con su alfombra de jacarandáes.

El superior, el hermano Albornoz, comunicó recientemente a la prensa el proyecto que descuartizará al colegio entre un hotel de lujo y un espacio de convenciones. El hotel de lujo, justo encima de aquel patio descrito. Con todo el respeto debido, quiero decirle al superior que ya tenemos experiencia en la ciudad de que el hotel de cinco estrellas, a 300 o 400 dólares la noche, fagocita, devora, al espacio cultural, a la mansión tradicional, en este caso, al colegio histórico que no puede subsistir por razones económicas. La subcultura del provecho aniquila lo tradicional, lo que compone el alma de la ciudad.

Nunca veremos que un colegio sirva para "salvar" a un hotel en quiebra. Estamos en el mundo del revés, donde ladrillo a ladrillo van desapareciendo esos espacios que son el patrimonio profundo de la comunidad.

El crapulismo economicista invade todos los espacios de decisión, y lo aceptamos, aunque sabemos que es la lógica de la nada mercantilista, del vacío espiritual.

Se habla continuamente de educación y no tenemos, no ya el coraje de fundar algo como el La Salle, sino de impedir decorosamente su extinción.

¿Por qué no comprometer al Estado y a los sectores privados, a los ricos sindicatos, para salir del bache financiero, extendiendo sus funciones en el campo de la educación; en la investigación superior, creando un centro del elite? Nos abruma el sentimiento de no poder defender nada noble. Estamos en un país sin dimensión metafísica y poética. Sólo se impone lo mercantil en su lógica suicida: creer que es la cultura y la tradición quienes deben ceder el paso al hotel, al supermercado o a la galería comercial. Estamos a contramundo. Perdimos de vista a Sarmiento y a Lugones. Si el siglo XXI es ya el siglo del conocimiento, debemos reconocer que entramos en él a reculones. En los años de creatividad y apogeo decidimos crear edificios educacionales, como fue la remodelación del espectacular Nacional de Buenos Aires en 1930.

Hoy, ni siquiera podemos mantener en la esfera de la educación un instituto centenario como el La Salle: lo descuartizamos en beneficio del turismo y la gastronomía.

Sería una magnífica ocasión para la Presidenta (cuyo párrafo inaugural más brillante y aplaudido fue el dedicado a la educación) y para el jefe de gobierno de la ciudad, que muestra de empuje para superar la inoperancia estratificada; para tomar el caso del La Salle como un punto límite en nuestra decadencia educativa y cultural.

Decía Rilke que las casas y las cosas antiguas se van cargando de vida. Dejan de ser meros objetos para ser espacios de vida que enriquecen y otorgan profundidad a la existencia. La nostalgia de uno es la nostalgia de miles que pasaron por esos claustros. Es agradecimiento y voluntad de que ese instituto de creatividad prosiga. Si algo se puede decir de la educación lasallana es que supo acompañar la infancia sin dañar su esencia con excesos pedagógicos o disciplinarios. Fue una dulce y serena continuación del hogar.

El autor es escritor y diplomático.

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