Thursday, January 24, 2008

Preservar no es tan mal negocio

Nuestra ciudad tiene otro motivo para enorgullecerse de su rico patrimonio arquitectónico: la librería El Ateneo Grand Splendid ha sido incluida en el segundo puesto de la lista mundial de los que, por su esplendor arquitectónico, son los mejores diez comercios de ese rubro tan caro al campo de la cultura. No es extraño, porque ese local fue objeto de una minuciosa y honda tarea de preservación, y ahora esta distinción viene a demostrar, por si hiciese falta, que la defensa y la conservación de la memoria no son tan mal negocio, según pretenden sus detractores. Desde su inauguración, en mayo de 1919, el teatro (también cine) Gran Splendid fue una joya de la arquitectura urbana. La imponente sala, diseñada por los arquitectos Peró y Torres Armengol, dispuso, bajo la cúpula ornamentada por Nazareno Orlandi, de 500 butacas, entre la platea y las bandejas superiores, a las cuales se sumaban cuatro hileras de palcos. Por su ubicación de privilegio y su aspecto señorial, se convirtió velozmente en favorita de la sociedad porteña y así fue considerada hasta casi fines del siglo XX. El Grand Splendid sólo decayó ante la modificación de costumbres antaño muy arraigadas y más tarde sometidas por el auge del video y el DVD. Pudo haber sido un insípido multicine, mas tuvo la suerte de ser adquirido por quienes, en lugar de conservar exclusivamente la fachada como corteza de una innovación radical, prefirieron mantener gran parte de la fisonomía de la sala original a título de lujosa envoltura de los 2000 metros cuadrados de la librería más importante del país, obra dirigida por el arquitecto Fernando Manzone e inaugurada al filo del siglo actual. Esa preocupación y ese lícito interés comercial tuvieron su recompensa cuando una nota del diario británico The Guardian , firmada por el periodista Sean Dodson, ubicó a El Ateneo Grand Splendid en el segundo puesto entre las librerías de todo el mundo, únicamente por debajo de Boekhandel Selexyz Dominicanen, instalada en una iglesia de 800 años de existencia en la ciudad holandesa de Maastricht. Nuestra alhaja cultural se encuentra en la lista por sobre locales similares de Portugal, los Estados Unidos, Escocia, Inglaterra, Bélgica, México y Japón. No es mérito escaso. A esa valorización hay que agregar el hecho concreto de que consagra un valioso ejemplo. En una ciudad que, como ha ocurrido con Buenos Aires, debe lamentar a cada paso la destrucción de edificaciones que caracterizaban las diversas épocas de sus cuatro siglos y pico de existencia, queda demostrado que la defensa de la memoria urbana poco o nada tiene que ver con la nostalgia retardataria del progreso, calificativo que le atribuyen quienes, ya sea por legítima convicción o por interesada actitud, la desmerecen. Dicen los expertos que uno de los valores de nuestra ciudad es, precisamente, la riqueza y la diversidad de su patrimonio arquitectónico, foco de atracción del interés y la curiosidad de numerosos turistas y, asimismo, de muchísimos argentinos. Sin ir más lejos, por el Ateneo Grand Splendid pasan 3000 personas por día, incluida gran cantidad de extranjeros que visitan el país y allí concurren guiados por el afán de conocerlo. En estos días, los ex alumnos del Colegio de La Salle se han movilizado para mantener la integridad del valioso edificio de la calle Riobamba, amenazado de "vaciamiento", para instalar dentro de él un hotel de los denominados de cinco estrellas. Esto motivó el interés y la reacción de funcionarios y legisladores porteños, a punto tal que la semana próxima serán analizados los proyectos del gobierno de la ciudad y los elaborados por los legisladores Teresa de Anchorena y Aníbal Ibarra. Hay inmuebles merecedores de no ser víctimas de la piqueta en todos los barrios de la ciudad. Faltan el instrumento que regule la preservación y los estímulos que la alienten. Esta prueba de que preservar no es mal negocio bien puede ser el detonador para que Buenos Aires conserve viva su memoria sin incurrir en el inmovilismo, pero también sin caer en la destrucción indiscriminada, promovida por el mero afán de lucrar.

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